
Los ojos anchos y vivos testifican que mira con ojos nuevos.
La frente abombada encierra el Espíritu y la sabiduría.
La nariz alargada, expresa el fino olfato del discernimiento.
La boca cerrada exige el silencio de la contemplación.
Y en ella el dedo de la búsqueda: sabiamente ignorante no se adelanta al Espíritu.
La otra mano ofrece el corazón puesto en Cristo Jesús.
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