25 de diciembre de 2010

En Navidad, reflexiones de un jesuita ; José Ignacio Ruiz de Galarreta, S.J.


Estamos en el centro mismo de la Navidad. La Nochebuena y la eucaristía del día de
Navidad son una de las dos cumbres del año litúrgico. (La otra es la Vigilia y la Misa del
Domingo de Resurrección). Estamos celebrando lo más íntimo de nuestra fe.
Nuestra fe es una radical negación de la apariencia del mundo.
La apariencia del mundo,la que captan los ojos, es materia que cambia y pasa, vida que llega a morir, y es ausencia de Dios, que no aparece por ninguna parte, que no parece arreglar nuestros
problemas. Eso es lo que llama Pablo una vida sin religión... pero es lo evidente, incluso
lo razonable. Nuestra fe es no conformarse con esto. Y no nos conformamos porque nos
fiamos de ese niño que vemos hoy nacer. Somos más, hay más destino, hay otro modo
de vivir, Dios está ahí presente y habla y trabaja... La Noche de Nochebuena se convirtió en día para los pastores porque apareció La Gloria del Señor.

Es todo un símbolo: laoscuridad de la vida humana se convierte en día por la presencia de Jesús.
Nuestra fe suele ser también un alarde del conocimiento de Dios, el Uno, el
Todopoderoso, el Creador, el Infinito, el Providente … Todo esto fue quizá válido hasta
que Dios se dejó ver. Y fue una desilusión: ¡tenía que haber nacido en el palacio de
Herodes o mejor en el del César de Roma o quizá ser hijo del Sumo sacerdote y nacer
milagrosamente destellando resplandores! ¡Así nadie tendría dudas y el mundo entero
se postraría ante la divinidad manifestada en gloria! Pero no fue así. Los judíos pedían
señales, y la señal es un niño pobre nacido en una cuadra, inmovilizado en pañales. Los
griegos buscan sabiduría: y la sabiduría de ese niño sólo serán sus parábolas, de las que
se puede sacar tan poco filosofía ni teología que la misma Iglesia las ha olvidado para
buscar sabiduría en otras fuentes.
Hemos convertido la Navidad en una fiesta de ternura infantil y familias, y en fuente de
una asombrosa teología de la Encarnación que nos ha llevado hasta prácticamente negar
que ese niño es un ser humano verdadero. Con eso hemos trivializado la Palabra. Es la
fiesta del compromiso de Dios con nosotros contra nuestras tinieblas. No debemos ceder
a la simple ternura. Debemos subir a la contemplación, al género "evangelio", ver lo que
sucede de verdad, aunque los ojos no se enteren de casi nada. Y debemos aprender qué
es Dios solamente mirando a ese niño. Dios está aquí, aunque los ojos no se enteran.
Dios está con nosotros, aunque nos parece que estamos tirados. Dios es así, aunque la
mente se escandalice. Los ojos no ven a Emmanuel ni a Dios Libertador. Navidad es
para ver con los otros ojos, los del Espíritu, abiertos por Jesús.

Ha aparecido la gracia de Dios, para que la vida sea diferente, porque la vida es
diferente. Los evangelios empiezan verdaderamente cuando Jesús empieza a proclamar:
"Convertíos, que ya está aquí el Reino de Dios". A la luz de esas palabras tenemos que
mirar al Niño. "Convertíos", tenéis que daros la vuelta, cambiar de rumbo, ir a otro sitio,
volver la cara a Dios tal como se deja ver. Y oír, escuchar, atender LA NOTICIA: "El
reino de Dios está aquí". Este mundo no es la noche de la injusticia, de la desgracia, de
la muerte, de la ausencia de Dios. El Niño revela que este mundo puede ser "EL REINO".
La nochebuena está llena de símbolos, y debemos vivirla así. Es de noche, sólo unos
pastores vigilan los rebaños. Belén está llena de algazara de posadas a rebosar. En una
cuadra aparte una pareja pobre está en apuros. Pero la noche se ilumina con la Gloria y
la palabra del Señor. La recibe la gente sencilla y son capaces de interpretar bien una
señal que no es señal de nada: un niño como todos envuelto, como todos, en pañales, y
colocado, peor que todos, en un pesebre.
Y todo esto dispara la pregunta afilada, ineludible: ¿dónde está tu Dios? No lo busques
como los Magos en el Palacio del Rey, ni en la sagrada Jerusalén. No en el templo, no en
el culto, no en el sacerdocio, no en el palacio, no en la sabiduría de los
escribas/teólogos. Ni siquiera en su casa, ni en el día. La Nochebuena es una gran
negación, un desafío. Esto va a ser para nosotros Jesús. Creer a Dios sin ver nada del
otro mundo. ¡Qué señal, un niño pobre en una cuadra!. ¡La gloria de Dios que sólo es
visible para cuatro pastores miserables.
Va siendo cada vez más difícil celebrar una navidad religiosa. El mundo se ha apoderado
de la fiesta y se nos va todo en gastar dinero, estar con la familia y, como mucho,
enternecernos con escenas piadosas sensibleras. Es necesario ir más lejos. Es tiempo de
conversión y de contemplación.
Navidad es para ver a Dios donde los ojos no lo ven. No es nada fácil ver a Dios en el
niño que ha nacido. En realidad sólo lo podemos ver porque sabemos quién será ese
niño. No creemos en Jesús porque lo vemos en el pesebre. Creemos en el Niño del
pesebre porque ya sabemos quién es. Los evangelios de la infancia sólo tienen sentido
después de creer en Jesús, están escritos por personas que ya tienen fe en Jesús. Es eso
lo que nos pasa con la vida. No es fácil, quizá sea imposible, creer en Dios despegando
hacia Él desde lo que ven los ojos en este mundo. Vemos tanta injusticia, tanto dolor de
inocentes, tanto sin-sentido, que nos resulta áspero ver ahí la mano de Dios. Y es que
tiene que ser al revés. Creemos en Dios y después intentamos iluminar la noche de la
vida con esa fe.
Decimos con Jesús: "Ya está aquí el Reino de Dios". Seamos serios: ¿dónde está, dónde
se ve el Reino?. Se nos está pidiendo un acto de fe en los humanos, capaces de ser hijos
de Dios, aunque los ojos ven de todo menos eso. Nuestros ojos ven una humanidad
regida aparentemente sólo por pasiones destructivas, por economías que sólo buscan la
ganancia, por jefes que sólo buscan el poder, por personas que sólo buscan disfrutar. El
Reino de Dios es un acto de fe en que todo eso es el pecado, que no consiste en las
cosas malas que hacemos, sino en oscuridad, en que creemos que todo eso es bueno y
nos conviene.
Por eso, el signo de la Navidad es la luz en la noche, contemplada por los más sencillos.
Esta noche no se van a enterar de nada los sabios y teólogos de Israel. Para ellos no ha
pasado nada. Esta noche no se va a enterar de nada el Rey Herodes, y cuando se entere
se dará cuenta inmediatamente de que ha nacido un peligro mortal para él y procurará
destruirlo. Esta es la noche de creer en los valores enterrados en el corazón de toda la
gente, que es donde descubrimos, con sorpresa y con gozo, que verdaderamente el
Reino de Dios sí que está en el corazón de todos los hombres.
En el corazón de todos los hombres está el deseo de decir la verdad, de querer y ser
queridos, de ser perdonados y perdonar, de ayudar y ser ayudados, de prescindir de lo
superfluo, de poner en común lo que tenemos, de construir un mundo sereno y
solidario... Está en el fondo de todos, y todos creemos en eso, aunque andemos
perdidos en otras ambiciones, aunque aparentemente ni nos demos cuenta, tan grande
es la oscuridad.
Jesús viene a despertar lo más profundo del corazón de todo ser humano. Jesús puede
unificar la humanidad entera, de cualquier condición y religión, porque su Palabra llega
más allá que las costumbres o los ritos o las creencias: se dirige a lo esencial del ser
humano, desde donde alienta el anhelo por El Reino. Esto significa que Él nos libra de los
pecados o, mejor aún, de "El Pecado", esa noche oscura en que nos movemos, por la
que deseamos lo que no nos conviene y hacemos lo que sabemos que nos perjudica,
porque nos atrae. Jesús empieza por decir muy claro que sabe mejor que nadie quiénes
somos: nos han dicho que somos libres y podemos obedecer a Dios, ser justos y recibir premios por ello. Jesús sabe que somos pecadores, es decir, que no somos libres sino
esclavos, y viene a traernos luz para que caminemos mejor y aspiremos a más y
construyamos el Reino. Con Jesús todo es distinto; la noche se vuelve día: la noche del
pecado se disuelve al conocer a Dios; la noche de desear mal se disuelve al proponernos
fines más ambiciosos, la noche de la justicia se disuelve en la comprensión de quiénes
somos y quién es Dios. El Reino no consiste en que todo nos salga bien, haya
abundancia de bienes materiales para todos, nos curemos las enfermedades, nos toque
la Lotería... El Reino consiste en que sabemos quiénes somos y quién es Dios, tenemos
motivos para creer en nosotros mismos y para vivir trabajando por un Plan formidable
que merece la pena.
La noche sigue siendo noche, sigue habiendo dolor y vejez y desgracia, nos siguen
apeteciendo mil cosas que nos degradan; vivimos en la noche. Pero en la noche hay luz
para ver más cosas y más verdaderas. Esa luz es Jesús.





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