
Cuando uno se ha dado, todo aparece simple. Se ha encontrado la libertad y se experimenta toda la verdad de la palabra de San Agustín: Ama y haz lo que quieras.
Antes que toda práctica, todo método, que todo ejercicio, se impone un ofrecimiento generoso y universal de todo nuestro ser, de nuestro haber y poseer...
En este ofrecimiento pleno, acto del espíritu y de la voluntad, que nos lleva en la fe y en el amor al contacto con Dios, reside el secreto de todo progreso.
Darme sin contar, sin trampear, en plenitud, a Dios y a mis hermanos. Y Dios me tomará bajo su protección, El me tomará y pasaré indemne en medio de innumerables dificultades. Él me conducirá a su trabajo. Él se encargará de pulirme, de perfeccionarme y me pondrá en contacto con los que lo buscan y a los cuales Él mismo anima. Cuando Él lo tiene a uno, no lo suelta fácilmente.
Mi actitud ante Dios no es la de desaparecer, sino la de ofrecerse con plenitud para una colaboración total, ¿dónde está el valor? ¿en arder y renunciar, o en arder y dejarse quemar? ¿En querer guardar lo que me agrada, o darlo generosamente a otro?. Recórranse todas las tentaciones y se verá que el verdadero valor, la hombría, está en sobreponerse...
Cada vez que me doy así, recortando de mi haber, sacrificando de lo mío, olvidándome, yo adquiero más valor, un ser más pleno, me enriquezco con lo mejor que embellece al mundo. Yo lo completo y oriento hacia su destino más bello, su maximun de valor, su plenitud de ser.
Dar es uno de los goces más completos que Dios nos ha deparado. Dar, dar siempre, hasta que se nos caigan los brazos de cansancio...
San Alberto Hurtado
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