La luz divina es necesaria para conocer nuestro camino, ese camino nos ha sido señalado por el Señor. El ha dado un fin y una misión bien precisa a todos los seres que ha creado.
Los astros inmensos que cruzan el firmamento, no menos que los animales que pueblan las selvas y hasta el microbio invisible a los ojos humanos, tienen una misión que cumplir. El pájaro no ha sido hecho para sumergirse en el mar, como el pez no está llamado a vivir fuera del agua. Más aún, cada astro en particular, cada animal, cada insecto, cada planta, tiene su propia finalidad.
¿Escapará únicamente el hombre a esta ley general del universo? ¿Será el rey de la creación el único que no tenga una misión propia que realizar? Tal hipótesis es absurda. ¿Cómo va Dios a desinteresarse del hombre a quien, además de criatura, llama su hijo? Toda la revelación cristiana está llena de esta hermosa idea: somos hijos de Dios por la gracia, hijos muy amados, de cuya suerte se preocupa.
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