5 de marzo de 2010

"Ver y amar al mundo como lo hizo Jesús"


Para la vida y la misión de cada jesuita es fundamental esa experiencia que, sencillamente, le pone con Cristo en el corazón del mundo. Esta experiencia no es sólo un cimiento que se colocó en el pasado y se olvida con el paso del tiempo; se mantiene viva y en progreso, se alimenta y se profundiza a través del día a día de la vida del jesuita en comunidad y en misión.

Esta experiencia implica al mismo tiempo una conversión de y una conversión para. San Ignacio, mientras se restablecía en su lecho de Loyola, comenzó una profunda peregrinación interior. Gradualmente vino a caer en la cuenta de que aquellas cosas en las cuales encontraba deleite no tenían ningún valor duradero, mientras que la respuesta a la invitación de Cristo llenaba su alma de paz y de un deseo de conocer mejor al Señor.

Pero, como comprendería más tarde, este conocimiento sólo podía ganarse enfrentándose a la falsedad de los deseos que le habían movido. Fue en Manresa donde tuvo lugar esta confrontación. Allí el Señor, que le enseñaba como a un muchacho de escuela, suavemente le preparó para comprender que se podía ver el mundo de otra manera: libre de afectos desordenados y abierto a un amor ordenado de Dios y de todas las cosas en Dios. Esta experiencia forma parte del camino de cada jesuita.

Estando en Manresa, Ignacio tuvo una experiencia junto al río Cardoner que abrió sus ojos de tal modo que “le parecían todas las cosas nuevas”, porque comenzó a verlas con ojos nuevos. La realidad se le hizo transparente, haciéndole capaz de ver a Dios que trabaja en lo profundo de la realidad e invitándole a “ayudar a las almas”. Esta nueva visión de la realidad condujo a Ignacio a buscar y hallar a Dios en todas las cosas.
Este entendimiento que Ignacio recibió le enseñó una manera contemplativa de situarse en el mundo, de contemplar a Dios que actúa en lo hondo de la realidad, de gustar “la infinita suavidad y dulzura de la divinidad, del alma y de sus virtudes y de todo”. Ya desde la contemplación de la Encarnación, queda claro que Ignacio no pretende endulzar o falsificar las realidades dolorosas.

Más bien parte de ellas tal como son: pobreza, desplazamientos forzados, violencia entre las gentes, abandono, injusticia estructural, pecado; pero entonces señala cómo el Hijo de Dios nace dentro de esas realidades; y es aquí donde se encuentra dulzura. Gustar y ver a Dios en la realidad es un proceso. El mismo Ignacio tuvo que aprenderlo a través de muchas experiencias dolorosas.

En La Storta recibió la gracia de ser puesto con el Hijo cargado con la cruz; de esta forma, tanto él como sus compañeros fueron introducidos en la forma de vida del Hijo, con sus gozos y sus sufrimientos.

De modo semejante la Compañía hoy, al llevar a cabo su misión, experimenta la compañía del Señor y el desafío de la Cruz. El compromiso de “servicio de la fe y promoción de la justicia”, de diálogo con las culturas y las religiones, lleva a los jesuitas a situaciones límite donde encuentran energía y nueva vida, pero también angustia y muerte, donde “la Divinidad se esconde”. La experiencia del Dios oculto no puede siempre esquivarse, pero incluso en lo profundo de la oscuridad cuando Dios parece oculto, puede brillar la luz transformadora de Dios.

Dios actúa intensamente en este ocultamiento. Resucitando de las tumbas de la vida y de la historia personal, el Señor se aparece cuando menos lo esperamos, consolando personalmente como un amigo y como el centro de una comunidad fraterna y servidora. De esta experiencia de Dios, que actúa en el corazón de la vida,

CG35

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