
No puede limitarse simplemente a un breve momento del día llamado tradicionalmente "el examen de conciencia". Este debe ser, más bien, el punto culminante de una reflexión del día. Todo tentativa de sobrecargar demasiado el examen lleva la fracaso.
Las decisiones de la jornada deben ser discernidas a medida que ellas se presentan. Esto puede suponer reuniones, discusiones con otros y estudio personal de los aspectos vinculados al problema particular que nos ocupa.
Todo este trabajo es ya parte del discernimiento cristiano, en la medida que se sitúa en el marco de nuestra búsqueda para llegar a conocer lo que Dios quiere que se haga en cada situación. Siempre debemos tener a Dios ante nuestros ojos. Como lo dice, de modo enigmático, la Epístola a los Hebreos: "fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe"(Heb. 12,2).
Entonces el examen de conciencia no debe entenderse como un cuarto de hora con Dios en algún momento de una jornada muy ocupada que hemos vivido lejos de El. más bien, se trata de revisar con Dios una jornada que hemos pasado buscándolo a El en todo lo que ha ocurrido.
Teillhard de Chardin divide la vida en dos categorías: las cosas que yo emprendo (actividad) y las que yo experimento o sufro (pasividad). Estas categorías abarcan todo y Dios habla a través de ambas, y entonces el material para mi reflexión es prácticamente inagotable.
El tiempo dedicado a desarrollar el hábito de la reflexión es recompensado por un crecimiento en sabiduría: llegamos a ser personas más equilibradas que pueden encontrar su camino con mayor seguridad. Logramos más con menos esfuerzos, al tiempo que hacemos lo que más agrada a Dios y servimos mejor el mundo que El ama.
Tomado de Jesuitas.Cl
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