
Fue bien recibido por académicos y eruditos por sus altos conocimientos en varias materias y ganó influencias y amistades. Cuando el tiempo lo permitió abrió en Nanking una residencia. Su deseo era llegar hasta Pekín pensando que la conversión de China debería comenzar por la de Emperador y las clases altas. No sin numerosos problemas, llegaría a ser recibido por el emperador de China, Wan Li, en 1601.
En 1604, cuando la misión de China se hizo independiente de la provincia jesuita del Japón, Ricci fue su primer superior. Sin embargo, su método de adaptación cultural encontró oposición dentro y fuera de la Compañía de Jesús. Para Ricci, la acomodación de las prácticas (que no de la sustancia) de la religión cristiana a las situaciones concretas chinas era algo absolutamente necesario. La desaprobación de su método creció tras su muerte y se llegaría a la que es llamada la “controversia de los ritos chinos”.
Cuando Ricci murió, la misión jesuita de China contaba con 8 misioneros y 8 hermanos coadjutores chinos que trabajaban en cuatro residencias y un puesto misional. Los cristianos de Pekín eran 150 y los de China 2.500.
Llamado por los chinos como “el hombre sabio de occidente” y por importantes historiadores como “el intermediario cultural más sobresaliente de todos los tiempos entre China y occidente”, Ricci compuso unos 20 libros, científicos, de religión y temas morales. Como astrónomo preparó un calendario más exacto, importantísimo en la vida de la nación, predijo eclipses y confeccionó mapas como jamás se habían visto en China. Introdujo grandes desarrollos en matemáticas aplicables a los chinos y en 1600 publicó los primeros mapas de China conocidos en Occidente. Tradujo los Cuatro Libros de Confucio al latín e ideó el primer sistema para transcribir el idioma chino en letras romanas.
Su éxito se debió a sus cualidades personales, a su completa adaptación a las costumbres chinas y a sus conocimientos en las ciencias.
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