15 de septiembre de 2010

Nuestro modo de proceder...


CG35. Decreto II 

Un fuego que enciende otros fuegos 
Redescubrir nuestro carisma 


Encontrar la vida divina en las profundidades de la realidad es una misión de esperanza confiada a los jesuitas. Recorremos de nuevo el camino que tomó Ignacio. 

Como en su experiencia, también en la experiencia, puesto que se abre un espacio de interioridad en el que Dios actúa en nosotros, podemos ver el mundo como un lugar donde Dios actúa y que está lleno de sus llamadas y de su presencia. Así nos adentramos con Cristo, que ofrece el agua viva, en zonas del mundo áridas y sin vida. 

Nuestro modo de proceder es descubrir las huellas de Dios en todas partes, sabiendo que el Espíritu de Cristo está activo en todos los lugares y situaciones y en todas las actividades y mediaciones que intentan hacerle más presente en el mundo. Esta misión de intentar “sentir y gustar” la presencia y la acción de Dios en todas las personas y circunstancias del mundo nos coloca a los jesuitas en el centro de una tensión, que nos impulsa, al mismo tiempo, hacia Dios y hacia el mundo. Surgen así, para los jesuitas en misión, una serie de polaridades, típicamente ignacianas, que conjugan nuestro estar siempre enraizados firmemente en Dios y, al mismo tiempo, inmersos en el corazón del mundo.
Ser y hacer, contemplación y acción, oración y vivir proféticamente, estar totalmente unidos a Cristo y completamente insertos en el mundo con Él como un cuerpo apostólico: todas estas polaridades marcan profundamente la vida de un jesuita y expresan a la vez su esencia y sus posibilidades. Los Evangelios muestran a Jesús en relación profunda y amorosa con su Padre y, al mismo tiempo, completamente entregado a su misión en medio de los hombres y mujeres. Está continuamente en movimiento: desde Dios, para los demás. Este es también el modelo jesuita: con Cristo en misión, siempre contemplativos, siempre activos. 

Esa es la gracia, y también el desafío creativo, de nuestra vida religiosa apostólica, que debe vivir esta tensión entre oración y acción, mística y servicio. 

Tenemos que examinarnos críticamente para mantenernos siempre conscientes de la necesidad de vivir con fidelidad esta polaridad de oración y servicio. Y no podemos abandonar esta polaridad creativa, puesto que caracteriza la esencia de nuestras vidas como contemplativos en la acción, compañeros de Cristo enviados al mundo.

En aquello que hacemos en el mundo tiene que haber siempre una transparencia de Dios. Nuestras vidas deben provocar estas preguntas: “¿quién eres tú, que haces esas cosas... y que las haces de esa manera?”. Los jesuitas deben manifestar, especialmente en el mundo contemporáneo de ruido y estímulos incesantes, un fuerte sentido de lo sagrado, inseparablemente unido a una implicación activa en el mundo. 

Nuestro profundo amor a Dios y nuestra pasión por su mundo deberían hacernos arder, como un fuego que enciende otros fuegos. Porque, en último término, no hay ninguna realidad que sea sólo profana para aquellos que saben cómo mirar. 

Debemos comunicar esta forma de mirar y ofrecer una pedagogía, inspirada por los Ejercicios Espirituales, que lleve a otros a ello, especialmente a los jóvenes. Así llegarán a mirar el mundo como San Ignacio lo hizo, a medida que su vida se desarrollaba desde lo que había comprendido en el Cardoner hasta la futura fundación de la Compañía con su misión de llevar el mensaje de Cristo hasta los confines de la tierra. 

Esta misión, enraizada en su experiencia, continúa hoy día.

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