Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”
San Salvador, El Salvador
24 de abril de 2010
Sobre el mundo campesino yo tengo que reconocer que sé muy poco. La última vez que un pariente mío fue campesino fueron mis abuelos. Mis padres fueron a las ciudades y yo crecí en Barcelona y luego en Madrid; por tanto, soy un hijo de ciudad. Hablar aquí sobre qué puede hacer el campesinado me resulta que sería, no solamente inadecuado sino que ustedes me escucharían sonriendo.
¿Qué me impresiona de las comunidades campesinas? Que su relación con la tierra es una relación sumamente viva; viven con la tierra. La tierra no es algo que se explota; la tierra es parte de su vida y están continuamente mirando al cielo y a la tierra; o sea, tienen una integración de vida mucho mayor que en la ciudad, donde para enterarse si llueve, tienen que encender la televisión para ver “al señor del tiempo” y no van a la ventana para ver si está lloviendo. El campesino está mucho más en contacto, con la vida y eso mismo les da una sabiduría que, me temo, perdemos en las ciudades perdemos o vamos perdiendo.
Es interesante ver que en las zonas así rurales de Castilla, por ejemplo, da la impresión de que los campesinos hablan siempre en refranes; sale una situación y te sueltan un refrán; esa es la sabiduría condensada de un pueblo; se toman las cosas con mucha más calma y no tienen las prisas, urgencias y limitaciones del pensamiento de la ciudad.
Lo mismo pasa con la comunidad; el sentido de comunidad de los pueblos es extraordinario; en las ciudades se ha perdido. Cuando iba al pueblo, todo el mundo te saluda por la calle porque todo el mundo se conoce; claro, ahí hay un factor de números, pero hay también una preocupación por el prójimo; eso se conserva en algunos barrios. Donde vivía yo en Tokio, por ejemplo, hay mucho más de eso; tanto que a veces venían estudiantes japoneses a vivir con nosotros dos semanas y al final les preguntábamos ¿qué te parece este barrio? y el estudiante japonés decía: “lo que más me ha impresionado es que voy por la calle y la gente me mira; en el resto de la ciudad nadie mira a nadie pero aquí me miran”; es otra manera de vivir; yo creo que esto en el campesinado es mucho más fácil.
Hay también una mezcla entre tradición y apertura al cambio. Por una parte los campesinos son más tradicionales que los de la ciudad porque conocen la sabiduría; saben que las cosas no son sencillas y si hemos llegado a un punto, ese punto hay que respetarlo; no tiran las cosas por la borda demasiado fácilmente, mientras que en las ciudades es más fácil tirar por la borda.
Por ejemplo, y de paso, a mí me preocupa y me preocupa mucho, que después de cien mil años de evolución, donde la humanidad ha estado tratando de encontrar modos de vivir humanamente, y, por fin se encontró con la familia. La familia es el resultado de un esfuerzo enorme de generaciones, generaciones y generaciones por encontrar una manera de vivir sana, donde los niños puedan crecer y hacerse personas. Que esto, una generación, la actual o la siguiente, o dos o tres generaciones, lo puedan tirar por la borda, eso me preocupa. Esto los campesinos nunca lo harían; están abiertos al cambio, pero tiene que ser un cambio bien fundamentado no un cambio a la ligera; esas son cosas que a mí me hacen pensar.
A lo mejor puedo aprovechar, ahora, para decir algo también de otro campo que yo no conozco, que es el de los pueblos indígenas. Pero una cosa que creo que se aplica mucho a los pueblos indígenas es algo que he sentido, el año pasado, visitando África. Yo no conocía África. El año pasado tuve la oportunidad de visitar nueve países de ese continente; fui tres veces en distintas ocasiones y mi impresión global más fuerte es que los pueblos africanos han conservado un humanismo que hemos perdido en Europa. Hay un sentido de la persona, de la vida de la esperanza, de la alegría que no la veo por Europa. Digo esto porque la hemos perdido y en cambio, estos pueblos la conservan, porque conservan sus tradiciones de tipo artístico, comunitario, interpersonal y familiar.
Ahí hay una sabiduría y un humanismo que en las ciudades hemos ido perdiendo poco a poco; es uno de los efectos de la globalización; la globalización viene y parece que lo que vale es estar conectado; no sabemos con qué, pero estar conectados! Tener blog y tener acceso a todos los nuevos gadgets electrónicos; pero, las relaciones humanas se están perdiendo, la oportunidad de reflexión está desapareciendo, la capacidad de acceder a la sabiduría se está disminuyendo, mientras que estos pueblos más tradicionales han conservado este humanismo. Yo La humanidad necesita estos pueblos. Yo diría, si se puede hacer algo por mantener esa sabiduría y comunicarla al mundo, esto sería un gran servicio para la humanidad. Yo realmente viendo a África percibo lo que hemos perdido en Europa.
Me impresionó mucho en Kigali la capital de Rwanda, -donde fue el genocidio, un genocidio feroz donde todos estuvieron implicados de una manera o de otra- y voy a visitar un colegio que tenemos nosotros, pobre; y, allí me reciben los niños de primaria bailando una danza perfectamente sincronizada; se nota que a estos niños les han enseñado bien a bailar, a demás del sentido que tiene el africano de la danza. Esto me hizo pensar que si un pueblo que acaba de pasar por el genocidio enseña a sus niños a bailar quiere decir que tiene mucha esperanza! Este es un pueblo que está mirando al futuro, que no se queda en el pasado llorando sus víctimas solamente; sino que siendo consciente de que esto no puede repetirse, se dice vamos a bailar juntos; además, lo hacen juntos; es decir, no son danzas solitarias sino que buscan armonizarse unos con otros.
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